¿Cómo quitarse el miedo?
Cada mañana al abrir la tienda de discos en el centro, me mancho las manos con la cortina bañada en sombras de humo de los camiones que desembarcan gente sudorosa de la vida, a veces quisiera fotografiarlos para captar el preciso momento en que su maltrecha piel se desenvuelve para dejar escapar su alma en una mirada a la señora que duerme fuera de la cantina el “Gallo de oro”. Pero esta mañana recordé que hoy era viernes, día en que acudiría a la tienda aquella chica de uniforme de preparatoria oficial para los ricos, con su cabello largo y rizado que le cubrían el ojo en la nuca, el cual utilizaba para espiar haber si no le observaba su enorme trasero de mujer maravilla.
Acomode los discos recién llegados en su lugar como lo indicaba mi gordo e insoportable supervisor, y de inmediato me acomode a recibir en tres horas más a mi bella novia imaginaria.
Asustado cuando la reconocí al entrar, y ahora más preocupado por los botones de mi camisa a cuadros, decidí acercarme, hoy era el día de enfrentar a mi miedo. Así estuve durante varios segundos, asustado corrí a tomar un disco el que fuera, se lo ofrecí sin mirarlo, ella al verlo solo dijo -¿quién demonios es Charlie Parker?-; yo sudoroso le sugerí que la mezcla del jazz de Charlie Parker, y el poema de “Aullido” de Allen Gisnsberg podría suicidar a uno en el orgasmo más largo como el mismo poema; ella solo respondió que sí “Aullido” no era una película de terror, sonriendo y tocando sus labios con una lengua tan ardiente que cualquier droga se derretiría siguiendo el camino que baja hasta sus pechos aprisionados por una blusa estorbosa.
Cuando iba a tomarla de la mano, escuche a un tipo que decía –este es un piche asalto, no se muevan aflojen todo-. En ese momento me costó trabajo hilar la idea, pero ¿por qué precisamente se me quitaría el miedo a ella después de recibir un plomazo en la pata?; a pero ahora siento a si nomás sus pechos en mi cachetito suplicándome que no me muera.
Cada mañana al abrir la tienda de discos en el centro, me mancho las manos con la cortina bañada en sombras de humo de los camiones que desembarcan gente sudorosa de la vida, a veces quisiera fotografiarlos para captar el preciso momento en que su maltrecha piel se desenvuelve para dejar escapar su alma en una mirada a la señora que duerme fuera de la cantina el “Gallo de oro”. Pero esta mañana recordé que hoy era viernes, día en que acudiría a la tienda aquella chica de uniforme de preparatoria oficial para los ricos, con su cabello largo y rizado que le cubrían el ojo en la nuca, el cual utilizaba para espiar haber si no le observaba su enorme trasero de mujer maravilla.
Acomode los discos recién llegados en su lugar como lo indicaba mi gordo e insoportable supervisor, y de inmediato me acomode a recibir en tres horas más a mi bella novia imaginaria.
Asustado cuando la reconocí al entrar, y ahora más preocupado por los botones de mi camisa a cuadros, decidí acercarme, hoy era el día de enfrentar a mi miedo. Así estuve durante varios segundos, asustado corrí a tomar un disco el que fuera, se lo ofrecí sin mirarlo, ella al verlo solo dijo -¿quién demonios es Charlie Parker?-; yo sudoroso le sugerí que la mezcla del jazz de Charlie Parker, y el poema de “Aullido” de Allen Gisnsberg podría suicidar a uno en el orgasmo más largo como el mismo poema; ella solo respondió que sí “Aullido” no era una película de terror, sonriendo y tocando sus labios con una lengua tan ardiente que cualquier droga se derretiría siguiendo el camino que baja hasta sus pechos aprisionados por una blusa estorbosa.
Cuando iba a tomarla de la mano, escuche a un tipo que decía –este es un piche asalto, no se muevan aflojen todo-. En ese momento me costó trabajo hilar la idea, pero ¿por qué precisamente se me quitaría el miedo a ella después de recibir un plomazo en la pata?; a pero ahora siento a si nomás sus pechos en mi cachetito suplicándome que no me muera.
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